Y por qué no vimos ninguno.
Aquel día era el último del mes de julio y apenas habían pasado
veinticuatro horas desde que aterrizara en Ciudad del Cabo, cuando ya me estaba
embarcando para ver tiburones blancos, el verdadero y casi único propósito de
mi viaje a Sudáfrica.
Gansbaai, en el extremo sur del país africano, tiene merecida fama de ser
uno de los mejores sitios del mundo para avistarlos, con unas probabilidades
muy cercanas al 100%, y esa era la temporada alta, el invierno austral. Son
varias las compañías que operan desde allí, y yo había contratado la excursión
con Marine Dynamics.
A pesar de encontrarme en plena época de lluvias, amaneció un día espectacular,
con las condiciones climáticas perfectas. Un cielo limpio de nubes, veinte
grados de temperatura y un mar en calma por la falta de viento. El trayecto
desde Grootbos hasta Kleinbaai, que es desde donde salen los barcos, apenas me
llevó unos minutos cargados de expectación.
Te ofrecen un desayuno que preferí no tomar para evitar posibles mareos, y
después de una breve charla referente a los tiburones y a las medidas de
seguridad, nos acercamos al puerto llenos de ilusión. Éramos una veintena de
turistas los que antes habíamos visto un vídeo sobre la inesperada presencia de
orcas en aquellas aguas.
El barco está perfectamente equipado, con
compartimentos cerrados en los que dejar nuestras pertenencias mientras nos
enfundamos el traje de neopreno. Ya ni me acordaba de cuándo fue la última vez
que me embutí en uno, pero hay trucos que nunca se olvidan.
No nos
alejamos demasiado de la costa, llegando en pocos minutos a una zona de aguas
poco profundas en las que el fondo está apenas a diez metros. Así pues, no es
necesario adentrase mucho en el mar. La temperatura del agua era de quince
grados, y la visibilidad de unos dos metros.
Prepararon
la típica sopa con restos de pescado para atraer a los tiburones y lanzaron al
agua un cebo compuesto por cabezas de salmón, así como una silueta que semeja
una foca. Las cabezas de salmón no son muy nutritivas, pero el objetivo es
atraer a los tiburones con el olor; no alimentarlos, interfiriendo así lo menos
posible en su vida salvaje.
Nos dispusimos a esperar en la cubierta superior, haciendo fotos de las
muchas gaviotas que, buscando una comida fácil nos sobrevolaban continuamente. También
vimos algunos petreles gigantes del sur.
Los minutos pasaban, lentos, sin que apareciese ningún
tiburón, y cada tic-tac del reloj iba minando nuestras esperanzas.
Yo estuve entretenido, charlando con una pareja de españoles que también
vivían esta experiencia por primera vez, pero parecía que las orcas nos habían
dejado sin tiburones. Se tuvo constancia de su presencia en mayo,
descubriéndose tres grandes tiburones blancos a los que faltaba el hígado. Poco
después se añadiría un cuarto cadáver.
El hígado les permite flotar en vista de que carecen de vejiga natatoria,
pero es además un órgano muy graso que hace las delicias de las orcas.
El tiempo pasaba y cada vez era más evidente que los tiburones habían
desaparecido debido a los inesperados ataques. No es el único lugar en el que
se produce este comportamiento por parte de las mal llamadas ballenas asesinas;
se sabe que los cazan en lugares tan alejados como Nueva Zelanda y California,
pero por lo visto no es habitual que suceda en esta zona.
Pregunté a un miembro de la tripulación cuántos escualos habían visto en la
última semana y de forma muy honesta, me reconoció que ninguno. Se me cayó el
alma a los pies, porque una cosa es tener mala suerte un día, y otra muy
diferente el que los tiburones hubieran desaparecido de la bahía, aunque fuese
de forma temporal.
Solo un lobo marino vino a visitarnos en todo ese tiempo.
Curioseó entre los cebos, exploró la silueta de la falsa foca y se marchó por
donde había venido.
Con
tristeza, nos quitamos los neoprenos y navegamos hacia la Reserva de Dyer
Island, un par de islotes donde vive una gran colonia de lobos marinos, que
aparece habitualmente en los documentales de tiburones blancos. Por unos
instantes casi me sentí uno de esos biólogos que los estudian.
Los
islotes en cuestión están más lejos de la costa que el lugar donde habíamos
fondeado, y el color del agua era de un azul más intenso. Las olas baten con
fuerza contra Geyser Island mientras recorremos Shark Alley, el pasaje que hay
entre los islotes, el territorio de caza preferido de los tiburones blancos,
pero tampoco allí logramos verlos.
Los
lobos marinos se apiñan sobre las rocas, peleando por el poco espacio
disponible, relajándose en los bosques de kelp, que deben abandonar, sin
embargo, en algún momento con el fin de alimentarse.
Pero
casi me atraía más el espectáculo de las olas.
Después
de un par de vueltas, regresamos a puerto. Al final me cancelarían las
excursiones de los dos días siguientes por mal tiempo, pero poco me importó ya
que había decidido que si quería ver tiburones en este viaje tendría que
buscarlos en otro sitio.
Ya de vuelta en casa, me comentaron que las orcas habían desaparecido y que
los tiburones estaban regresando, lo que es una excelente noticia para estas
empresas que, al final, dependen de que haya suficientes avistamientos para que
los turistas sigan afluyendo.
A pesar de mi mala suerte, Marine Dynamics me pareció una empresa muy profesional, que cuenta
con buenos equipos y que se toma la seguridad muy en serio. Desde aquí les
deseo lo mejor.